Introducción
Septiembre 2010
La revolución argentina abierta en 2001, hermana de los combates revolucionarios de las masas de Ecuador, Palestina y Bolivia, fue hija de la tercera ronda de la crisis económica mundial que se iniciara en 1997, que impactara de lleno en EEUU, Argentina y Turquía. En EEUU la crisis evaporó casi 8 billones de dólares de la bolsa de Wall Street y dejó al desnudo los balances fraguados de decenas de compañías norteamericanas.
Argentina se transformó en el eslabón más débil de la cadena de dominio del imperialismo yanqui en Latinoamérica: quedaba completamente dislocada de la división mundial de trabajo, estallaba el modo de acumulación capitalista rastrero basado en el endeudamiento y el saqueo de la nación por parte de las potencias imperialistas y se provocó una monumental crisis y agotamiento del régimen infame de los partidos patronales basados en la Constitución de 1853 y su Reforma de 1994.
Fue por las enormes brechas que esta crisis abriera en las alturas que en el año 2001irrumpieron la clase obrera y los explotados con ocho paros generales y la huelga general del 13 de diciembre, que preparó las acciones históricas independientes del 19 y 20 de diciembre de 2001 que abrieron la revolución.
Estas acciones revolucionarias derribaron al gobierno asesino y hambreador de De La Rúa al grito de “que se vayan todos, que no quede ni uno solo” y a los cuatro presidentes que le siguieron. En este proceso revolucionario los trabajadores conquistaron organizaciones de lucha como un movimiento piquetero de masas que peleaba por trabajo digno, las Asambleas Populares en los barrios y más de 100 fábricas de todo el país que eran ocupadas por sus trabajadores mientras los patrones en quiebra huían como ratas.
Ante esta ofensiva revolucionaria de las masas y por terror a perderlo todo, el imperialismo y la burguesía nativa cedieron las fábricas que daban pérdidas, a la vez que mantenían el control de las fuerzas productivas y las empresas claves de la nación, como los bancos, las transnacionales, las privatizadas y los servicios, para salvar los intereses y la gran propiedad privada de los piratas imperialistas.
Los trabajadores en lucha, los obreros de las fábricas recuperadas, junto a los desocupados de los movimientos piqueteros, dieron mil y un combates para conquistar la unidad, poner en pie los organismos de autodeterminación y democracia directa, como fueran las Asambleas Populares y la I y II Asamblea Piquetera, para conquistar sus demandas, avanzando hacia la expropiación de los monopolios imperialistas y conquistar el poder. Pero lamentablemente no pudieron triunfar porque la burocracia sindical, la burocracia piquetera y las direcciones de los partidos reformistas que dirigían o influenciaban a la mayoría de las fábricas recuperadas, se levantaron como un obstáculo para tomar un camino revolucionario.
La izquierda reformista y su política de “autogestión y cooperativismo”
El programa que sostenía toda la izquierda reformista como parte del Foro Social Mundial y su “socialismo de mercado”, con sus encuentros internacionales de “Cooperativas y Autogestión”, consistía en generar falsas ilusiones en los trabajadores diciéndoles que el “control obrero” ya estaba “conquistado” con el sólo hecho de tomar la fábrica. De esta forma, la izquierda reformista negaba la tesis de la III Internacional revolucionaria de Lenin y Trotsky que en su Segundo Congreso definía alrededor de los comités de fábrica y el control obrero lo siguiente: “la lucha de los comités de empresas y fábricas contra el capitalismo tiene como objetivo inmediato la implementación del control obrero en toda la rama de la industria (…) de esta manera, los comités obreros se verán forzados en su acción contra las consecuencias de esta decadencia, a rebasar los límites del control de las fábricas y talleres aislados y se encontrarán en plazo breve frente al problema del control obrero ejercido sobre las ramas enteras de la industria y sobre el control del conjunto de ellas”.
Como si esto fuera poco, la izquierda reformista también sostenía que la solución para conseguir “legalidad” y “créditos” vendría de la mano de presionar a las Legislaturas y al Parlamento burgués para que los políticos patronales voten leyes “favorables” a los obreros.
Con esta estrategia de colaboración de clases abortaron el combate por expropiarles a los capitalistas el conjunto de las ramas de producción, de sus bancos y sus tierras; abortaron el camino de abolir el secreto comercial abriendo los libros contables y cuentas bancarias no sólo de los capitalistas en bancarrota, sino de todos los explotadores para demostrar sus superganancias. Esta era la tarea planteada para que el proletariado avance hacia la toma del poder, como condición fundamental para que toda conquista parcial se mantenga y se extienda. De lo contrario, como sucedió, éstas se pierden o se deterioran más temprano que tarde.
Así, generando la falsa ilusión de que podía existir el “control obrero” en una sola fábrica –recreando la teoría stalinista de “socialismo en un solo país”, pero esta vez bajo el “socialismo en una sola fábrica” (¡cómo si esto pudiera concebirse en medio de la economía mundial capitalista imperialista!), aislaron unas de otras a las fábricas recuperadas y a las masas en lucha. De esta forma la izquierda reformista fue funcional a que la burguesía bolivariana y la burocracia castrista expropiaran la revolución y les impusieran a los obreros de las fábricas recuperadas que opten entre la “autogestión” y el “cooperativismo” para terminar luego administrando las fábricas en ruinas con miserables subsidios, autoexplotándose y atando las máquinas con alambre para poder producir y sobrevivir bajo el látigo de los movimientos cooperativistas pro-patronales de Murua y Caro (actualmente algunas de esas cooperativas las administra directamente la burguesía kirchnerista a través de su secretario de comercio Moreno, como ahora también quieren hacerlo con algunos frigoríficos, para seguir acumulando fabulosas ganancias).
Contra las corrientes reformistas y su política de subordinación a la burguesía y de renegar a la lucha por la toma del poder, hace casi un siglo ajustaba cuentas la III Internacional revolucionaria que en su Segundo Congreso, ante la discusión sobre la acción de los comunistas en las cooperativas, declaró al proletariado internacional:
“1- En la etapa de la revolución proletaria, las cooperativas revolucionarias deben proponerse dos metas: a) ayudar a los trabajadores en su lucha para la conquista del poder político, b) donde el poder haya sido conquistado, ayudar a los trabajadores a organizar la sociedad socialista.
2- Las viejas cooperativas funcionaban perfectamente según los lineamientos del reformismo y evitaban la lucha revolucionaria en todos sus aspectos. Predicaban la idea de la entrada gradual al “socialismo” sin pasar por la dictadura del proletariado.
Las viejas cooperativas predicaban la neutralidad política, cuando en realidad esconden bajo este lema su subordinación a la política de la burguesía imperialista.
Su internacionalismo sólo existe en palabras; en realidad sustituyen la solidaridad internacional de los trabajadores por la colaboración de la clase obrera con la burguesía de cada país.
Debido a esta política, las viejas cooperativas lejos de contribuir al desarrollo de la revolución lo traban, y en lugar de ayudar al proletariado en lucha, lo perjudican”.
La lucha por el control obrero, la abolición del secreto comercial,
la expropiación de los capitalistas y la revolución proletaria
El programa por el cual combatimos los trotskistas internacionalistas en la lucha de Zanon y Brukman –entre otras fábricas que yacían en la misma situación-, sostenía que en medio de la revolución, la ocupación de fábricas era tan sólo el inicio de la lucha por conquistar el control obrero, y que para ello era necesario la abolición del secreto comercial y la expropiación de toda la rama de la industria, yendo por las grandes fábricas y monopolios imperialistas que daban ganancias.
Contra la izquierda reformista, afirmamos junto a León Trotsky y en defensa del Programa de Transición que: “Las cuentas entre el capital aislado y la sociedad constituyen un secreto del capitalismo: la sociedad no tiene nada que ver con ellas. El ´secreto´ comercial es siempre justificado, como en la época del capitalismo liberal, por las exigencias de la ´competencia´. En realidad los trusts no tienen secreto entre sí. El secreto comercial en la época actual es un constante complot del capitalista monopolista contra la sociedad. Los proyectos de limitación del absolutismo de los ´patrones por derecho divino´ seguirán siendo lamentables farsas mientras los propietarios privados de los medios sociales de producción puedan ocultar a los productores y consumidores la mecánica de la explotación, del saqueo y del engaño. La abolición del ´secreto comercial´ es el primer paso hacia un verdadero control de la industria.
Los obreros no tienen menos derechos que los capitalistas a conocer los ´secretos´ de la empresa, de los trusts, de las ramas de las industrias de toda la economía nacional en su conjunto. Los bancos, la industria pesada y los transportes centralizados deben ser los primeros sometidos a observación.
Las primeras tareas del control obrero consisten en aclarar cuáles son las ganancias y gastos de la sociedad, empezando por la empresa aislada, determinar la verdadera parte del capitalista individual y del conjunto de los explotadores en la renta nacional, desenmascarar los acuerdos de pasillos y las estafas de los bancos y los trust; revelar, fundamentalmente, ante la sociedad el derroche espantoso de trabajo humano que resulta de la anarquía del capitalismo y de la exclusiva persecución de la ganancia”.
Es por eso que los trotskistas hemos manifestado que dicha tarea revolucionaria era inalcanzable si no se unían y centralizaban las fuerzas de los obreros de las fábricas recuperadas con el movimiento piquetero y la vanguardia combativa en un Congreso Obrero, para marchar a tirar a la burocracia sindical traidora de la CGT y la CTA, conquistar la Huelga General y poner en pie las milicias obreras que abrieran paso a la toma del poder. Sólo como subproducto de la lucha por la toma del poder se podía conquistar transitoriamente la demanda de la “estatización sin pago y bajo control obrero de las fábricas recuperadas” que tanto necesitaban los trabajadores.
Tal como lo planteaba la IV Internacional en 1938: “1- Nos oponemos a las indemnizaciones. 2- Alertamos a las masas contra los demagogos del Frente Popular que, defendiendo hipócritamente la ´nacionalización´, continúan siendo en realidad agentes del capital. 3- Llamamos a las masas en que confíen sólo en su propia fuerza revolucionaria. 4- Enlazamos la cuestión de la expropiación con la de la toma del poder por los obreros y los campesinos”.
Esta recopilación de artículos y documentos es un aporte al debate sobre la cuestión del control obrero y como una guía para la acción revolucionaria para el proletariado internacional, para las fábricas recuperadas, ocupadas y puestas a producir por sus trabajadores, como también para las fábricas que cierran, suspenden o despiden; tanto para aquellas que dan pérdidas, como fundamentalmente, las que tienen fabulosas ganancias, los monopolios imperialistas en primer lugar.
La cuestión de la estatización sin pago y bajo control obrero y la lucha por la expropiación de todos los monopolios imperialistas se ha puesto a la orden de día para que la clase obrera no siga soportando sobre sus hombros todo el peso de la crisis económica mundial arrojada por los parásitos imperialistas. ¡Para que la clase obrera viva, el imperialismo debe morir!
Una última aclaración es necesaria para introducir al lector en esta obra. Los documentos, elaboraciones y artículos que aquí presentamos son producto de una enorme elaboración colectiva de los revolucionarios internacionalistas que supieron definir el carácter de la revolución argentina del 2001 y sus tareas, y que ésta sólo podía desarrollarse y triunfar como revolución latinoamericana y mundial bajo la dirección de un partido internacional de la revolución socialista, la IV Internacional refundada.
Este programa y estas lecciones que aquí presentamos, sólo pudieron ser conquistados por una corriente internacional en un combate abierto contra el revisionismo y el oportunismo en el marxismo, en defensa del programa, la teoría y la estrategia revolucionaria. Como subproducto de esa lucha que libraron los revolucionarios agrupados en la Fracción Leninista Trotskista Internacional, es que podemos presentar estos documentos, basados en el enorme patrimonio programático de la III Internacional revolucionaria, dirigida por Lenin y Trotsky hasta su IV congreso, que luego fue sistematizado por la IV Internacional en el Congreso de su fundación en 1938 y en el Programa de Transición.
Carlos Munzer