La huelga general política del 13 de diciembre, y las acciones independientes de masas del 19 y 20 de diciembre derrocaron al gobierno de la patronal y el Imperialismo y dislocaron y dejaron en grave crisis al régimen infame de partidos, antiobrero y cipayo
El 13 de diciembre último, los trabajadores encabezaban un masivo paro general político contra el gobierno de De la Rúa–Cavallo. Pero a diferencia de los siete paros generales anteriores que la dirigencia sindical se vio obligada a llamar, éste no actuó descomprimiendo la situación ni pudo ser puesto a los pies de la patronal del “Frente Productivo”. Con esta huelga general política y las distintas jornadas revolucionarias que le sucedieron, fueron entrando a la lucha todos los sectores de la clase obrera, las masas explotadas y la clase media pauperizada, los protagonistas de los diez días que conmovieron a nuestro país. Desde el día 17 se empezaban a generalizar durísimas luchas obreras contra los despidos y rebajas salariales, como en Telecom, Zanón, Foetra, ferroviarios, Emfer. Los trabajadores estatales de Neuquén y los municipales de Córdoba, los de Santiago, estaban a la vanguardia.
El 19 de diciembre, mientras las masas hambrientas, por decenas de miles, asaltaban supermercados, y la policía comenzaba la masacre que culminó con 30 trabajadores asesinados, la Iglesia, el PJ y la Alianza, junto a la patronal de la UIA y del “Frente Productivo”, junto a la burocracia sindical, hacían los últimos intentos, en la sede de Cáritas, por salvar al gobierno de De la Rúa intentando acordar con él un plan devaluacionista para enfrentar el hundimiento estrepitoso del plan Cavallo. Pero ningún acuerdo salió de este conclave. Con el correr de las horas, las masas no hicieron más que seguir ganando las calles, imponiendo un gran logro: la caída revolucionaria del gobierno de De la Rua-Cavallo y la apertura de una crisis descomunal en las alturas. La clase obrera y el pueblo respondían así al crac con que la crisis mundial golpeara a Argentina y al golpe económico descargado sobre sus hombros por el Imperialismo.
En diciembre de 1999, De la Rúa, debutó como gobierno asesinando a dos trabajadores en Corrientes y prometiendo desde esa ciudad poner orden en el país, luego de que los trabajadores con sus luchas habían dejado herido de muerte al Menemato. Pero dos años de luchas obreras políticas generalizadas, con siete paros generales, impidieron que el gobierno de De La Rúa se consolidara como un “Delarruato” fuerte que derrotara al movimiento obrero.
Desde el 13 de diciembre, los trabajadores empezaron a pasar, esta vez de forma generalizada, por sobre los diques de contención del régimen y de la burocracia sindical. Finalmente, el 19 y el 20, la burocracia sindical de la CGT, oficial y disidente, fue rebasada por una acción que lucharon por evitar a toda costa y hasta último momento de la mano de la Iglesia y la patronal en la reunión de Caritas. Al momento del inicio de los saqueos masivos, DeGennaro y el CTA se encontraban juntando firmas para un petitorio “contra la pobreza”. ¡Patético! Decenas de miles asaltando supermercados y la dirección levantando firmas. La dirección piquetera de D’Elía y Alderete, que llevó a la vía muerta a las dos grandes asambleas piqueteras y pactó con el gobierno ser los administradores de las limosnas de los “planes trabajar”, aparecía por TV lloriqueando en medio de los saqueos, condenándolos, como vulgares reaccionarios asustados.
Los trabajadores, con sus paros generales políticos, con sus levantamientos locales y sus piquetes, como los de Mosconi y Tartagal, con multitud de luchas como las de Córdoba y Neuquén, venían desde hace meses acosando a la “ciudadela”, del régimen infame y del gobierno De La Rúa-Cavallo. En las jornadas del 19 ya la direccionalidad política del movimiento era clara: se hacían al grito de “Fuera De La Rúa-Cavallo”, y “Fuera todos” dirigido contra todas las instituciones burguesas. Los saqueos no se transformaban en una guerra de pobres contra pobres sino que fueron un ataque directo a la propiedad burguesa.
Pero a diferencia de otras oportunidades, las clases medias dejaron de sostener al gobierno del que habían sido su principal base social: ahora éstas, ante el ataque del gobierno a sus ahorros, entraron en escena por las grietas abiertas por el movimiento obrero. La gran marcha de las cacerolas del 19 por la noche soldó nuevamente la unidad obrero y popular, terminó por quitarle al gobierno y al régimen toda base social, e inclinó decididamente la balanza a favor de los trabajadores.
Pero esto no era suficiente. Los que sostenían a De la Rúa no querían ceder. Todavía haría falta una enorme jornada revolucionaria más, la del día 20, la más revolucionaria de todas, la de las barricadas y los enfrentamientos con la policía durante todo un día en la Plaza de Mayo, para vencer la resistencia de los explotadores, para derrocar al gobierno de los monopolios privatizadores y la Repsol, y poner en desbandada el plan de la “unidad nacional” alternativo del “Frente productivo”. Si la policía se ensañó tanto en la Plaza de Mayo, matando sus francotiradores a siete jóvenes trabajadores, no fue por la tozudez de De La Rúa en no irse, sino porque estaban aterrorizados, tal cual lo confesaron los mismos funcionarios del gobierno derrocado, de que se repitiera el escenario de Rumania en 1989, que las masas entraran a la Casa Rosada repitiendo los sucesos a la caída de Ceaucescu donde aquellas se hicieron justicia con sus propias manos con los funcionarios del antiguo régimen.
Asistimos así, al dislocamiento del régimen patronal, al comienzo de una crisis fenomenal en las alturas, en la que ninguna facción burguesa podía imponer una solución. En un primer momento, aterrorizada, la burguesía aceptó el encaramamiento de un gobierno debilísimo, el de Rodríguez Saá, de frente popular, de colaboración de clases entre la burguesía mercadointernista y las direcciones oficiales del movimiento obrero, con un solo fin: el de ganar tiempo, el de sacar a las masas de las calles apelando al engaño y a las palabras dulzonas de las promesas demagógicas.
El ascenso de Rodríguez Saá fue posible por el vacío que abrió la crisis revolucionaria en las alturas, y expresión del aterrorizamiento y desbande que se produjo entre las filas de la burguesía ante la revolución que se inició. Fue un gobierno de frente popular “suigeneris", que aunque prematuro, logró el triunfo de confundir y sacar a los trabajadores momentáneamente de las calles, permitiendo el golpe palaciego que lo derrocó.
Organizado este putch por los gobernadores peronistas, se impuso con la designación de Duhalde, un gobierno apoyado en el PJ y la UCR, es decir, el último intento de un gobierno del Pacto de Olivos, apoyado en la gran burguesía exportadora nacional y extranjera y el Imperialismo, la misma base de clases que organizó el golpe militar genocida del 76. Pero es un gobierno débil, sin base social, que enfrenta masas insubordinadas y que se sienten triunfantes.
Tras más de diez días de acciones independientes que conmovieron al país, el régimen burgués está dislocado: vimos sucederse cinco presidentes en 10 días durante una descomunal crisis revolucionaria. No ha quedado una sola institución del régimen prestigiada, que no sea profundamente odiada por los trabajadores y el pueblo: los jueces de la Corte Suprema deben escaparse por los sótanos del palacio de los Tribunales; la Asamblea Legislativa pudo usurpar el triunfo obrero y popular y votar las leyes antiobreras de Duhalde, solo porque sesiona rodeada por miles de policías armados hasta los dientes, y apelando a grupos de matones organizados por la policía y los barones del PJ. No solo De La Rúa y Cavallo temen por su seguridad: igual que sucedía con los militares luego de su caída en el 82, ni uno solo de los políticos de la UCR y el PJ que se arrogaron la representación del pueblo para expropiar su triunfo y designar dos presidentes en una semana, puede caminar libremente por las calles del país por el temor a la reacción obrera y popular. Las personalidades más encumbradas del antiguo gobierno, empezando por De la Rúa y Cavallo, viven en la clandestinidad protegidos por sus socios del PJ y la UCR.
Pero de todos estos logros, el más extraordinario es que los trabajadores rompieron el corsé de la burocracia sindical pero esta vez de forma generalizada y a nivel nacional, cuando en los períodos previos fue sectorial y/o local como en Mosconi y Tartagal, los obreros del pescado en Mar del Plata, los choféres de la UTA de Córdoba. Es la primera vez desde 1975 que los trabajadores pasan de manera generalizada por arriba del dique de contención de la burocracia sindical y de los sindicatos estatizados. Cuando lo hicieron en aquella oportunidad, la patronal y el imperialismo organizaron el golpe militar, que preservó a esos burócratas. Por esta sola razón, las acciones independientes que hoy dieron inicio a esta revolución son continuación, con otras formas y otras características de otras grandes gestas del movimiento obrero, como las de los 70. La espontaneidad de las masas pasando por encima de las direcciones traidoras, fue un millón de veces superior a las luchas controladas por la burocracia sindical.
Como veremos más adelante, el gobierno de Duhalde, no es más que un intento, el último y desesperado, por salvar la ropa del viejo régimen del Pacto de Olivos sostenido por los partidos patronales odiados por las masas. Es la respuesta de la gran patronal exportadora nacional y extranjera, la misma que creó el inmenso negociado de la deuda externa, la que auspició y sostuvo a la dictadura militar, por lograr una nueva ubicación en el mercado mundial, en desmedro de las facciones burguesas que más ganaron y del imperialismo europeo, de abrir sobre la base de un aumento de la plusvalía arrancada al movimiento obrero y de una devaluación, un nuevo ciclo que asegure el pago de la deuda externa al imperialismo yanqui.
Pero la situación del movimiento obrero y de masas es de rebelión e insubordinación. La burguesía cerró momentaneamente la crisis por arriba, pero por abajo la revolución sigue viva. Las jornadas que dieron inicio a la revolución, aun hoy siguen abiertas. Todo sector que se siente atacado, sale a luchar. El estado de las masas es preinsurreccional. La confianza de los trabajadores en sí mismos no ha hecho más que fortalecerse. La revolución que empezó, vive en esta conciencia que se conquistó. Con razón, la patronal y el imperialismo están temerosos. Saben que deben lanzar un furibundo ataque contra estas masas que se sienten triunfantes. Esta es la nueva relación de fuerzas conquistada.
Al momento de escribir estas líneas, hay multitud de luchas por el cobro de salarios y contra los despidos, como la de los trabajadores del Hospital Italiano, la de los obreros de Emfer tomando las boleterías de la estación de trenes, el levantamiento del pueblo de Pilar contra su intendente, las acciones que en las distintas ciudades del país, como en Mendoza y en La Plata, se producen a veces separadas por cuadras y minutos de diferencia entre ellas, los cortes de calle al menor conflicto, los actos de protesta espontáneos por parte de los pequeños ahorristas estafados, la indignación y la guerra callejera contra la policía por el asesinato de los tres pibes en Floresta. Demuestran que la chispa puede saltar en cualquier momento.
Este es el segundo más grande logro de la revolución que se inició: los trabajadores han adquirido la conciencia de que a los gobiernos se los tira con las luchas en las calles. El otro es la debilidad en que dejó a los poderosos, a la patronal esclavista, a los banqueros, a los monopolios imperialistas, a los dueños de las empresas privatizadas, que se pelean entre ellos. Los príncipes que expropiaron el triunfo del pueblo una vez que éste tiró al rey, solo pueden apelar al blindaje de su régimen, como lo muestra el parlamento rodeado permanentemente de cientos de policías. Solo la traición de la burocracia sindical impide que nuevas acciones unificadas de la clase obrera y sus aliados tiren a este gobierno ilegítimo y terminen de hacer saltar por el aire al régimen patronal y profundice la revolución. ¡Esta es la tarea pendiente!
La revolución argentina se haya ante una encrucijada de la misma naturaleza que la que planteara Trotsky en los 30: “Después de la guerra, se produjeron una serie de revoluciones, que significaron brillantes victorias: en Rusia, en Alemania, en Austria-Hungría, más tarde, en España. Pero fue solo en Rusia donde el proletariado tomó plenamente el poder en sus manos, expropió a sus explotadores y, gracias a ellos, supo cómo crear y mantener un Estado Obrero. En todos los otros casos, el proletariado a pesar de la victoria se detuvo por causa de su dirección, a mitad de camino. El resultado de esto fue que el poder escapó de sus manos y, desplazándose de izquierda a derecha, terminó siendo el botín del fascismo.” (León Trotsky, “¿Adónde va Francia?”).
Por delante de la revolución que se ha iniciado quedan nuevas jornadas revolucionarias o nuevos golpes de la contrarrevolución. ¿Podrán estos últimos detener las enormes fuerzas desatadas por la revolución? Todo depende de la dirección que logre madurar al calor de los combates nacionales e internacionales.
La clase obrera, las masas explotadas, la clase media pauperizada, sin organismos que las centralizaran, con una gran espontaneidad y sin una dirección revolucionaria, en el medio de un crac económico, abrieron la crisis, pero no tomaron el poder como estaba planteado. Se inicia una etapa revolucionaria que solo podrá ser cerrada con acciones contrarrevolucionarias del mismo tenor que las que la abrieron, o profundizada por un nuevo embate revolucionario de las masas.
Las masas obreras y populares inician la revolución
y ponen a la Argentina por el camino de Palestina hoy, y ayer el de Ecuador
Los trabajadores argentinos deben sentir el orgullo internacionalista de que mientras el Imperialismo y sus aliados festejaban el triunfo de sus bombas asesinas en Afganistán, en Argentina les asestamos un golpe de sentido inverso: les tiramos el gobierno de sus agentes De La Rúa-Cavallo con el que pensaban tener tranquilo su patio trasero mientras bombardean a las masas árabes.
Estas extraordinarias acciones independientes, que han dejado exhausto y dislocado al régimen patronal y a todas sus instituciones, fueron posibles porque la crisis mundial ha terminado de quebrar a la Argentina semicolonial. Argentina ha demostrado ser el eslabón más debil de la cadena de dominación imperialista en la región. Las rocas submarinas de la crisis mundial, tras la cual la burguesía argentina se quedó sin ubicación en el mercado mundial (el país está “quebrado” dice Duhalde), abrieron desde hace cuatro años gruesas grietas bajo la línea de flotación del régimen patronal.
Argentina es otra de las revoluciones paridas por la crisis mundial. En particular, es hija de su tercera ronda, que golpeó a Turquía, y a los mismos EEUU abriendo la recesión a su interior. Por esta razón, porque la crisis salió de la periferia para golpear en el corazón mismo del imperialismo, nada será igual que antes. El Imperialismo yanqui se encuentra en una lucha por su supremacía llevada adelante a bombazos limpios contra las masas como en Afganistán. Por esa razón, lejos del socorro que EEUU prestó a Mexico o a Rusia en rondas anteriores de la crisis, esta vez se limita a ayudar a Turquía porque es un país llave en su plan de dominación del este. Para los demás países que son arrastrados en la vorágine de la crisis, su política es obligar a la quiebra lisa y llana para imponer un nuevo salto en su dominación, someterlos a simples protectorados como el Kosovo, o gobiernos títeres como en Afganistán. ¡Pero para imponer el gobierno directo de los síndicos del FMI, tienen que aún derrotar a las masas! Argentina es expresión avanzada de este choque entre revolución y contrarrevolución a nivel mundial, de esta etapa convulsiva de la situación mundial cruzada por cracs, crisis y guerras. Como en todo país semicolonial, las dos grandes fuerzas que se enfrentan son, en una barricada, la clase obrera acaudillando al resto de los explotados y a las clases medias pobres, y en la otra el imperialismo y sus socios nativos.
Al igual que en Palestina –la otra gran revolución de este período la clase obrera y los explotados de Argentina también tuvieron varios años previos de “Intifada”, de feroz resistencia, donde hablaban el lenguaje de las piedras y del fuego en revueltas como el Santiagueñazo. Años de enfrentamiento contra la gendarmería y la policía como en CutralCó, Jujuy y en Salta, antes de poder irrumpir a la ofensiva en diciembre del 2000, cuando se dio el levantamiento de Mosconi, en una lucha golpe a golpe contra la patronal y su gobierno hasta diciembre del 2001, abriendo la revolución tras ocho paros generales, jornadas revolucionarias, derrota de la policía en las calles, generalizando el método de los piquetes, conquistando nuevos organismos que la burocracia sindical y el stalinismo se encargaron de disolver.
Al igual que en Palestina, donde las masas con su intervención hicieron saltar por los aires los acuerdos de Oslo y descalabraron el dispositivo contarrrevolucionario acordado por su dirección nacionalista burguesa, el imperialismo y su gendarme el Estado de Israel, los trabajadores y el pueblo en Argentina con sus acciones han sobrepasado y debilitado al extremo los diques de contención del régimen patronal, cipayo y proimperialista. Así como los trabajadores y el pueblo palestinos pasaron por arriba de su dirección, la OLP, en Argentina, el dispositivo contrarrevolucionario de la burocracia sindical sobre el movimiento obrero y del stalinismo sobre el movimiento de desocupados, fue pasado por arriba por las masas en una acción independiente de alcances históricos.
Nuestra revolución para nada es un fenómeno nacional, aislado. La revolución argentina es continuadora no solo de la palestina, sino también de esa otra gran revolución inconclusa que los trabajadores y campesinos empezaron hace dos años en Ecuador y que fue derrotada a causa de la dirección stalinista al frente de sus sindicatos y de la dirección campesina. Es hermana del gran levantamiento del agua en Cochabamba, Bolivia. El imperialismo yanqui y las burguesías cipayas de la región ven con temor que la llama se expanda.
Duhalde: último intento senil de un gobierno del pacto de olivos. De su mano vuelven la patronal exportadora y la unión industrial, la misma alianza que junto al imperialismo yanqui organizó el golpe genocida del 76.
Con la entronización de Duhalde, lo que se consumó en la Asamblea Legislativa es una nueva usurpación a cargo de los expropiadores, estafadores y saqueadores del pueblo. Con la diferencia de que en lugar de un gobierno que coqueteaba con la clase obrera y fue a pedir el apoyo de la CGT, como fue el de Rodríguez Saá una semana antes, en el mismo parlamento que le dio los superpoderes a Cavallo se impuso un gobierno que es el último intento por mantener el régimen del pacto de Olivos de los partidos patronales contra los que se levantaron los trabajadores y el pueblo, de los Menem, los Duhalde, los Alfonsín. La asunción de Duhalde fue producto de un acuerdo bonapartista a espaldas del pueblo pactado en reuniones secretas iguales a las que le dieron la reelección a Menem.
El de Duhalde es el último intento del régimen de partidos que sostuvieron a la dictadura militar, que salvaron a los genocidas y descargaron la hiperinflación bajo Alfonsín, que sostuvieron a Menem-Cavallo y la entrega del país, y después a De La Rúa-Cavallo.
Asumió como todo gobierno antiobrero con la “santificación” de la Iglesia, la misma que bendijo los sables de la dictadura genocida, confesaba a los torturadores y vino a predicar la rendición ante los ingleses en Malvinas, y que en cada lucha manda sus curas y monjas a apagar con agua bendita el fuego que encienden los explotados.
Por ahora, gracias a la traición de la dirigencia sindical y piquetera, se ha beneficiado con el poder el sector de la patronal exportadora nacional e imperialista, hoy devaluacionista -es decir la misma patronal encabezada por Acindar, los Fortabat, Techint, etc. la misma que organizó y dio sus principales hombres como Martínez de Hoz a la dictadura genocida en el 76- en un plan perfectamente adecuado a los intereses del imperialismo yanqui y en detrimento del imperialismo europeo.
Este gobierno, detrás de frases como la “defensa del trabajo” y la “defensa de lo nacional”, viene a tratar de imponer el plan mandado por el imperialismo yanqui, por Bush y el secretario del Tesoro yanqui, O’ Neil. En primer lugar, devaluando el peso en un 40-50% para robarle de un saque casi la mitad del salario a los trabajadores, imponiendo de hecho un salario medio de 200 dólares que le permita a la burguesía recomponer la tasa de ganancia. Sus modelos son Chile o Brasil, con un dólar “flotante” y salarios de miseria.
“Si alguien me asegura que la inflación no pasa del 10%, lo firmo ya”, declaró nada menos que el segundo del nuevo ministro de economía, Lamberto. “Si no, va a ser el infierno”, completó dando una idea de la poca confianza en sí mismos que recorre a los funcionarios del nuevo gobierno. El propio Duhalde opina: “si esto sale mal, elecciones a 90 días”. Lo que impera no es la confianza sino el cinismo. ¿Control de precios?: la remarcación es imparable a pesar de las frases de este gobierno, porque los productos que componen la canasta familiar son a la vez los bienes exportables -o sus derivados- cuyos precios se fijan internacionalmente, o sea en dólares, por los gandes consorcios de los granos como Cargill, Monsanto, Molinos, etc. Para la clase media expropiada solo existe la indefinida “promesa” de que se “estudiará” devolverle sus ahorros recién luego de un año o dos. Por el contrario, según Clarín (6/1/02), “en lo inmediato las empresas en convocatoria de acreedores licuarían sus deudas”.
Como explicamos en recuadro aparte, el plan yanqui es de quiebra de países como Argentina, para manejarlos a discreción, aún más que hasta ahora. Pero eso significa también que nuestro país es territorio de las disputas interimperialistas. La devaluación, afecta, como en toda lucha entre distintas fracciones burguesas, a los monopolios europeos, especialmente españoles, que se quedaron con las empresas públicas. Pero el gobierno anuncia sentarse a “negociar” con ellas, lo que quiere decir que las tarifas aumentarán.
El plan de Duhalde beneficia, en primer lugar, a los bancos -en su mayoría extranjeros- a los que se les asegura su estabilidad y rentabilidad por medio del robo de los depósitos para cubrir los 150 mil millones de dólares que fugaron al exterior, y con una retención aplicada a las exportaciones de petróleo y con nuevo endeudamiento, por lo que el resultado de todo será un aumento descomunal de la deuda externa.
En segundo lugar, a la burguesía exportadora nacional e imperialista–productora mayormente de granos y oleaginosas, y de bienes intermedios como el acero y derivados- la que se adelantó a adecuar los precios –fijados internacionalmente- al nuevo valor del dólar aún antes de que éste se anunciara oficialmente.
En tercer lugar, con una nueva tajada de plusvalía extraída a los trabajadores, más el aumento de las exportaciones producto de la devaluación, que apuesta a que ingresen al país los dólares, se garantiza pagar la deuda externa. Al FMI, que se cobra la deuda en dólares, la devaluación no lo afecta en lo más mínimo, sino que es la única alternativa de cobrar, y a cambio habla de “ayudar” con 15 o 18 mil millones de préstamos que nunca llegarán al país y que actuarían como una “garantía” para sostener el nuevo plan. Además, con la devaluación y la reprogramación de los pagos de la deuda que impulsa el mismo O’ Neill, revalorizarán los bonos de la deuda argentina y de esa manera benefician a los pequeños tenedores norteamericanos que habían quedado por fuera de los megacanjes anteriores con los que Cavallo entregó gran parte de las reservas. Esa es la razón del aumento de la bolsa y de la caída abrupta del “riesgo país”.
Para la clase obrera, la verdadera protagonista de la revolución que se ha iniciado, la que puso el cuerpo y los muertos para tirar abajo a De la Rúa, este gobierno antiobrero sólo tiene como plan un brutal robo al salario con la devaluación y la inflación. Y si se le ocurre a los trabajadores salir a pelear, le preparan leña. Como las fuerzas de represión como la policía y la Gendarmería no hacen más que azuzar el odio obrero y popular, mientras hacen el aguante a que se prepare la casta de oficiales, están dispuestos a lanzar a la calle a las bandas paraestatales de matones a sueldo que han comenzado a poner en pie Duhalde y Alfonsín.
El gobierno y el régimen apelan a una guardia pretoriana de matones armados de cachiporras a sueldo de los miles de funcionarios de los partidos patronales, espías policiales y matones sindicales, la misma combinación de la que surgió la “triple A” en el 74.
El brutal ataque y provocación a la izquierda en las afueras del Congreso, y el ataque a los desocupados en Lomas de Zamora, las bravuconadas de los matones en la Plaza de Mayo cuando la asunción de Duhalde, son sólo un pequeño botón de muestra de lo que preparan contra la clase obrera. Estas bandas paraestatales serán las bases de las futuras bandas fascistas. Por eso no puede demorarse ni un minuto el levantar los piquetes de autodefensa en cada lucha obrera y popular. Contra los charlatanes que no ven la revolución cuando sucede delante de sus ojos, la medida de ésta es la magnitud de la respuesta contrarrevolucionaria que prepara la burguesía y el imperialismo.
Pero ¡cuidado!, le dice a Duhalde con perspicacia el diario La Nación: “El caudillo bonaerense que tomó el poder está en condiciones de movilizar a su gente en actos de simpatía hacia él. Pero ese eventual diálogo popular entre multitudes enfrentadas sería un remedio peor que la enfermedad”. Al viejo diario gorila, que desde sus páginas clamaba, como una vieja gorda de Barrio Norte, porque se lo echara a Rodríguez Saá, espantado por su visita a la CGT en mangas de camisa, no se le escapa que la leña está más que seca: está que arde, y que este gobierno tendrá muchos votos en el Parlamento defendido por la policía, y el aval de Washington, pero base social todavía ninguna.
El débil gobierno de Duhalde, aparentó la solidez que le daba el hecho de que los trabajadores fueran sacados momentáneamente de la escena. Pero no bien anunciada la ley “de emergencia”, los trabajadores están otra vez en la escena, insubordinados, aunque descordinadamente, con centenares de luchas, aún antes de que el ataque abierto comience. Por eso, Duhalde cada vez más tiende a parecerse a su antecesor Rodríguez Saá, a lo que verdaderamente es: un gobierno débil, montado sobre una revolución, deformada, inconclusa, pero revolución al fín.
Pero la burguesía y la patronal no ponen todas sus cartas en la mesa. La burguesía es una clase de una gran perspicacia, que le viene de que defiende su propiedad desde hace cientos de años. A pesar que dicen que “queman las naves”, se refieren solo al Pacto de Olivos. Le quedan otras cartas, como desembarazarse del viejo régimen, si este intento fracasa por la intervención de las masas obreras y populares: volver al coqueteo con el movimiento obrero y de masas con la subida de un nuevo gobierno de frente popular como el de Rodríguez Saá que desorganice sus fuerzas, acompañado de un operativo “ManiPulite”, o sea una lavada de cara de las instituciones –el plan de Elisa Carrió para salvar al régimen patronal- intentando apoyarse en las clases medias. Mientras tiran agua, esperarán el momento de que el Consejo en Defensa de la Democracia abra la llave para la intervención de la casta de oficiales, para dar los golpes contarrrevolucionarios que derroten de una vez a la revolución que empezó.
Por eso es de vida o muerte que la clase obrera se ponga de pie, que levante un verdadero programa independiente para ganar en la calle a sus aliados de las clases medias, y eso solo puede hacerlo levantando sus propios organismos de lucha: decenas de miles de comités de lucha, sus piquetes y comités de autodefensa, en cada fábrica, en cada localidad, en cada barrio, y un gran congreso nacional de trabajadores ocupados y desocupados.
Una revolución a medio hacer
Podemos decir, sin temor, que la revolución argentina ha empezado. Pero quedó inconclusa por la traición de sus jefes, por su dirección. Estamos, por esa única razón, ante una revolución que quedó a medio hacer. Es decir, una semi-revolución a la que le resta, por la conciencia lograda por las masas, desplegar aún mayores fuerzas que las vistas hasta hoy para terminar de barrer al régimen y abrir el camino a la insurrección triunfante de la clase obrera dirigida por un partido revolucionario. Esta revolución que se ha iniciado debe atacar la propiedad de los capitalistas mil veces más de lo que la atacó, levantar miles de barricadas más que las que levantó, quemar y destruir mil veces más que lo que se quemó y destruyó.
Es que los trabajadores y el pueblo no tiramos a De la Rúa-Cavallo y pusimos 30 muertos para que ahora en el gobierno sigan los mismos políticos y representantes de la patronal responsable de la entrega del país y de la miseria y el hambre que nos obligó a salir a la calle. No nos enfrentamos a la policía asesina durante dos días, para que ahora venga la patronal especuladora a desatar una furibunda escalada de precios, para que provoquen el desabastecimiento de medicamentos y productos de primera necesidad. No le pusimos el pecho a las balas, mientras los dirigentes sindicales y piqueteros se escondían, para que ahora nos roben el salario con la devaluación para que la patronal exportadora y el imperialismo sigan ganando a nuestra costa.
Es necesario que esta revolución híbrida, medio ciega, medio sorda y medio muda, la que intentarán desviar y aplastar, no se detenga, hay que profundizarla y completarla. El gran triunfo logrado tirando abajo al gobierno de De la Rúa no puede conformar a los trabajadores y el pueblo: todavía tenemos que conquistar el pan, el trabajo para todos, recuperar los ahorros del pueblo, romper con el imperialismo y terminar con el dominio de un puñado de banqueros y monopolios que esquilman a los trabajadores y a los pequeños productores y saquean a la nación. Tenemos pendiente barrer con la lucha en las calles -hasta hacer realidad el grito de que “se vayan todos, que no quede ni uno solo”- con todas las instituciones de este régimen infame, con el gobierno de Duhalde y el pacto de Olivos y su nuevo plan de hambre y miseria. Tenemos pendiente terminar con ese parlamento de los estafadores del pueblo y sus partidos gorilas y antiobreros, con la Corte suprema y toda la casta vitalicia de jueces videlistas-peronistas-radicales que salvaron a los genocidas. Tenemos que disolver la policía, los servicios de inteligencia, desbaratar a las bandas paraestatales que hoy se forman al calor del aparato del PJ, disolver la casta de oficiales de las FFAA, meter presos y castigar a los miles de genocidas que radicales y peronistas dejaron sueltos para que ahora maten a los trabajadores y al pueblo, como a los pibes de Floresta, a Aníbal Verón, a Víctor Choque, Teresa Rodríguez y los 30 mártires de las gloriosas jornadas del 19 y 20 de diciembre.
Hay que sacarse de encima a la burocracia sindical traidora, carneros y guardiacárceles de la clase obrera, que mientras la juventud obrera se enfrentaba con la policía en la calle, estaban sentados con la patronal de la UIA para salvar a De la Rúa (Daer y Moyano y la CGT), o que mientras resolvíamos el problema del hambre por nuestras propias manos estaba juntando firmas “contra la pobreza” (De Gennaro y CTA). Hay que derrotar a la dirección piquetera de D’elía y Alderete que luego de liquidar la organización que fueron las asambleas piqueteras, cuando más necesarias eran, le fueron a hacer el besamanos a Rodríguez Saá a cambio de que los elija para repartir la miseria de los “planes trabajar”, y que ahora se arrastran ante Duhalde porque esperan lo mismo. El grito debe ser: ¡Asamblea piquetera ya!, no el 10 de febrero dándole tiempo al gobierno.
Tenemos que retomar el camino que empezamos con los piquetes de Mosconi y Tartagal, de Aerolíneas Argentinas, con las dos Asambleas piqueteras, pero en un nivel superior, porque ahora millones entraron en la lucha, por el salario, contra los despidos, por recuperar sus ahorros, contra los impuestos, por las guarderías para sus hijos. Quienes las protagonizan, empiezan a conocerse, a establecer lazos. La consigna de impulsar comités que coordinen a todos los que están luchando, por barrio, por localidad, por ciudad, está a la orden del día. La disposición a la lucha de los trabajadores es enorme, pero se desplega en multitud de luchas descoordinadas. Los desocupados por acá, los que quieren cobrar por allá, los que quieren recuperar sus pequeños ahorros por otro lado. ¡Unidos es más fácil vencer! Hay que poner en pie organismos para la lucha política de masas por barrio, localidad, por ciudad y provincia.
Hay que convocar ya a un gran congreso nacional de todo el movimiento obrero, con delegados uno cada 100 trabajadores ocupados y desocupados, para unir nuestras filas, que sea visto por todos los explotados como una institución capaz de tomar en sus manos la resolución de los problemas de todos los explotados y tomar la resolución de los problemas en nuestras propias manos. De la misma manera que la burguesía tiene sus instituciones, sus parlamentos, sus foros, sus congresos, sus cámaras empresarias, algunos públicos y otros secretos, para conspirar contra el pueblo, discutir cómo mejor nos explotan y cómo frenar la revolución que hemos iniciado, los trabajadores tenemos que poner en pie un gran Congreso obrero, un verdadero parlamento obrero, con un delegado cada 100 trabajadores ocupados y desocupados.
La revolución ha empezado. Hay que completarla por el único camino posible: el de una insurrección triunfante que imponga un gobierno obrero y popular basado en los organismos de autodeterminación de los trabajadores y el pueblo y en su armamento generalizado, el del triunfo de la revolución obrera y socialista.
Millones entran a la luchapongamos en pie organismos para la lucha política de masas coordinando por barrio, localidad, provincia y a nivel nacional, para tirar abajo al gobierno de Duhalde y el régimen infame ¡Por un Congreso Nacional de delegados de todo el movimiento obrero ya!
Todos los que se sienten atacados salen a la lucha. La tarea del momento es levantar congresos o coordinadoras regionales que unifiquen los reclamos y fortalezcan la lucha política de masas que se ha establecido.
Durante las jornadas del 20, para evitar que los trabajadores se dirigieran a Plaza de Mayo, la patronal creó el fantasma de los saqueos a las casas. Miles de trabajadores se organizaron y se armaron para defenderse. Esos comités no pueden disolverse, son instituciones claves -incorporando a las amas de casa- para ejercer tareas como el control de precios contra los verdaderos saqueadores que es la gran patronal. Estas comisiones deben ser la base del surgimiento de una nueva organización de autodefensa de los trabajadores y el pueblo.
De la misma manera hay que poner en pie miles de comités de desocupados en todo el país, porque son millones y no los escasos miles que organizaron D’ Elía y Alderete.
Una enorme palanca para impulsar estos organismos centralizadores locales y un congreso nacional obrero deben ser las asambleas de fábrica para elegir delegados que coordinen a todas las fábricas de cada zona, a los desocupados y a los comités barriales que surjan.
¿Quiénes pueden convocar a un Congreso nacional? En primer lugar los heroicos piqueteros que fueron traicionados por la dirección de D’elía y Alderete, los que en las asambleas piqueteras gritaban “se va a acabar la burocracia sindical”, y que desoyendo a su dirección, encabezaron la revuelta por el pan. Junto a ellos, las decenas de miles que ya están luchando sin esperar la orden de ningún burócrata sindical ni de ningún sindicato, los que están a la vanguardia en la calle; los ferroviarios, los municipales de Córdoba, los de Santiago que derrribaron al intendente, los obreros de Zanón que hace meses luchan contra los despidos y el cierre, los de Emfer, los estatales de La Plata, los docentes de todo el país, los municipales de Lanús y Lomas de Zamora que enfrentan a los intendentes peronistas, los trabajadores de la salud de Tierra del Fuego que se enfrentaron en Río Grande a la feroz represión de la policía, las organizaciones de desocupados que existen a lo largo de todo el país.
Hay que reunir ya ese Congreso en una cancha de fútbol –como fue tradición de la clase obrera cuando conquistó sus sindicatos- con un delegado cada 100 trabajadores de cada fábrica, repartición estatal, establecimiento, empresa y organización de desocupados del país. A este Congreso hay que invitar a mandar sus delegados también a los pequeños comerciantes y pequeños productores de la ciudad y el campo arruinados y expropiados en sus ahorros, a los estudiantes y todos los sectores populares en lucha. Su objetivo: levantar un plan obrero y popular, centralizar las luchas, organizar comités de autodefensa, tirar abajo al gobierno Duhalde y terminar de derrocar al régimen infame e imponer, con una insurrección triunfante, un gobierno obrero y popular que imponga una salida obrera y popular a la crisis, basado en esos organismos de lucha.
Ante la nueva catástrofe que descargan sobre los trabajadores y el pueblo, solo la clase obrera con sus organizaciones puede soldar la unidad obrera y popular, imponer unasalida favorable a las clases mediasarruinadas y salvar a la nación oprimida
Las clases que, en su enfrentamiento, deciden el destino del combate, son las clases fundamentales de la sociedad: la burguesía, es decir, los propietarios de los medios de producción y de cambio; y la clase obrera, la clase desposeída que vende su fuerza de trabajo y produce toda la riqueza de la sociedad.
La clase obrera desplegó una enorme espontaneidad y energía en la lucha, terminó desbordando y pasando por encima de las direcciones oficiales y abrió la revolución. Pero sus distintos sectores han entrado de manera desincronizada. Por eso en la revolución que se inició no han pesado los organismos claros de la clase obrera, debido a esta nueva traición de la burocracia sindical en todas sus alas y de la dirección del movimiento piquetero, que en todos los períodos y combates previos se encargaron de desarmar y desmontar una y otra vez todo lo que las masas conquistaban en el combate y de poner los paros generales a los pies de la patronal.
Así, la lucha de las clases medias arruinadas por “que se vayan todos, que no quede ni uno solo”, por terminar con la corrupción, su reclamo de un gobierno honesto y barato, termina siendo una lucha utópica e ilusoria por “echar a los corruptos y a los chorros” en general, que se limita a atacar a los políticos patronales, pero no a los verdaderos “chorros”, a los expropiadores y saqueadores del pueblo y la nación, es decir, a los banqueros, los privatizadores, la gran patronal esclavista y el imperialismo. ¡Sólo la clase obrera puede ajustar cuentas con ellos!
Es que las clases medias no pueden imponer ni un gobierno, ni un régimen, ni un estado a su imagen y semejanza, porque son clases intermedias, no fundamentales de la sociedad capitalista. No se encuentran, como la burguesía y el imperialismo por un lado y la clase obrera por otro, en los lugares claves de la producción. Además es heterogénea, y sus capas más altas y ricas se inclinan siempre hacia la patronal. Ni siquiera puede resolver su demanda más inmediata y más sentida que hoy es que le devuelvan sus ahorros. La clase obrera, en cambio, mueve las fábricas, controla los medios de transporte y los bancos. Es la única que puede devolverle sus ahorros.
Es a causa de su dirección traidora que la clase obrera no ha podido dar todavía una respuesta independiente a las clases medias arruinadas. Por eso hay un peligro: que las acciones de ésta última, sus cacerolazos y movilizaciones, si bien son progresivas porque van dirigidas contra este régimen infame y sus instituciones a las que le quitan sustento y base social, y contra los banqueros que los esquilman, terminen en la impotencia, e intentarán ser utilizadas a cada paso por la burguesía a su favor.
Por ello, la salida la impone o bien el imperialismo y la burguesía, contra la clase obrera, con un gobierno burgués como el que acaban de imponer, ganándose a la clase media como ayer lo hizo con la “convertibilidad”; o bien la impone la clase obrera ganando el apoyo de las clases medias arruinadas con su lucha en las calles, levantando un programa obrero y popular de salida a la crisis, derrocando el poder burgués e instaurando un gobierno obrero y popular.
Solo la clase obrera con sus organizaciones, marchando a imponer una salida obrera y popular a la crisis, puede terminar de demoler este régimen infame, cipayo y antiobrero
No hay que dejar piedra sobre piedra de este régimen cipayo y antiobrero. Lo que necesitamos no es -como dice la Carrió- una “nueva” república que no es más que el engaño de la vieja república con la cara lavada y que encubre la más feroz dictadura del capital. Lo que necesitamos es una república obrera, que es un millón de veces más democrática que cualquier república patronal con sus parlamentos y justicia dominados en las sombras por las camarillas capitalistas, una verdadera dictadura donde todo se decide en Washington, en las oficinas de los truts. Las camarillas capitalistas y los “mercados” votan todos los días a espaldas del pueblo al que solo lo convocan cada dos años para elegir entre distintos políticos patronales. Por supuesto que “hay que votar mucho” como dice Zamora, pero el pueblo tiene que votar todos los días, a la luz del día y en organismos de democracia directa dirigidos, y defendidos por sus milicias armadas, por los únicos que no tienen ningún privilegio que defender: los trabajadores.
La clase media tiene la esperanza –en realidad una ilusión- de que bajo una férrea dictadura como la de los capitalistas, puede llegar a imponer la fuerza de su número. Pero el dominio de los monopolios solo significa un ataque permanente a las conquistas democráticas.
Los trabajadores revolucionarios deben ayudar a agotar la experiencia del pueblo en la democracia de los patrones y proclamar que están dispuestos a luchar por una Asamblea Constituyente impuesta con la lucha en las calles sobre los escombros de las instituciones de este régimen de oprobio. Que rompa y desconozca todos los pactos económicos, políticos y militares de sumisión de la nación al Imperialismo, que disuelva la institución presidencial y el parlamento y lo reemplace por una cámara única ejecutiva y legislativa a la vez, formada por funcionarios que ganen el salario de un obrero y revocables en cualquier momento, que desarme y disuelva todos los servicios de inteligencia y la policía, que reemplace a este poder judicial por tribunales obreros y populares, que son los únicos que podrán juzgar y castigar a los genocidas hoy libres y a los asesinos del pueblo como los de Anibal Verón, de Teresa Rodríguez, de Víctor Choque, de los 30 trabajadores mártires de las jornadas del 19 y del 20 de diciembre, como los policías de gatillo fácil que provocan todos los días masacres como la de Floresta. Solo la clase obrera, organizada en sus organismos de democracia directa y apoyada en sus milicias, podrá garantizar esta asamblea constituyente. Así, la consigna de asamblea constituyente puede jugar un gran rol para que los trabajadores y el pueblo identifiquen cada vez más a esa asamblea con la república obrera.
Por el contrario, la consigna de Asamblea Constituyente jamás debe ser usada, como lo plantea toda la izquierda centrista (PO, MAS, MST, PTS), como consigna de poder. De esa manera lo que están proponiendo es una salida reformista, o sea el aborto de la revolución.
Ante la nueva catástrofe que desatan sobre los trabajadores y el pueblo, el único programa posible es uno que ataque la propiedad de la patronal y el imperialismo
Un Congreso nacional de delegados de trabajadores y desocupados, encabezado por los que tiramos a De la Rúa, por los que abrimos la revolución y pusimos el cuerpo y los muertos en el combate, tendría toda la autoridad -un millón de veces más que la Asamblea Legislativa de los patrones, ilegítima y odiada- para sacar ya una resolución que garantice inmediatamente pan, trabajo, salario a los trabajadores y la devolución de sus ahorros a las clases medias.
No hay medias tintas: la única manera de lograrlo es atacando la propiedad de los capitalistas, porque si no es así, si ayer con la convertibilidad nos bajaron el salario y dejaron a 4 millones de trabajadores desocupados, hoy con la devaluación, con la inflación, con la nueva catástrofe económica que desatan, la crisis la vamos a seguir pagando los trabajadores. ¡La convertibilidad y la devaluación son las puntas de una misma soga para estrangular a los trabajadores y al pueblo y seguir saqueando a la nación! ¡Sólo expropiando a los expropiadores podremos parar la catástrofe!
En primer lugar hay que resolver el problema del hambre que empeorará con el aumento de los precios: hay que expropiar y poner bajo control de los trabajadores a todas las empresas productoras de alimentos, que comités de obreros y consumidores controlen y aseguren la distribución directa entre todos los trabajadores y el pueblo. Contra la miseria de los bolsones de comida que son pan para hoy y hambre para mañana, y que son entregados por los curas y los políticos patronales que tratan como mendigos a la clase obrera que derrocó a De la Rúa, hay que expropiar y poner a funcionar todas las fábricas cerradas de alimentos bajo control obrero, lo que permitiría darle trabajo inmediato a centenares de miles de trabajadores.
Hay que eliminar el IVA e imponer en su lugar un impuesto progresivo a las grandes fortunas, y que los productos alimenticios, sin ninguna intermediación, lleguen a los trabajadores y el pueblo a cambio de los centavos que cuesta producirlos (cinco centavos el kilo de tomates, 13 centavos el kilo de pollo, por ejemplo) y no a los precios astronómicos fijados por los grandes monopolios que los producen y los distribuyen.
Los causantes del aumento de los precios no son los pequeños comerciantes sino los grandes monopolios de la alimentación y de la comercialización de cereales, de medicamentos y productos de primera necesidad, como los grandes productores de pollos que prefieren para defender sus ganancias que estos se maten entre ellos en los grandes depósitos mientras falta el pan en los hogares obreros.
Mientras que la lucha del gobierno contra los aumentos de precios es un engaño, el aumento de precios es usado como una cuña por la burguesía entre los trabajadores y el pueblo para separarlos. Los aliados del proletariado no son Cornide y la Camara de Comerciantes.
La clase obrera le propone una alianza “no a las clases medias en general, sino a las capas explotadas de la pequeña burguesía urbana y rural, contra todos los explotadores” (Programa de transición). El proletariado debe unirse con las capas pobres de la clase media en comités de vigilancia de los precios, incorporando a las amas de casa. La patronal argumentará que está obligada a aumentar los precios por el aumento de sus costos. Contra esta mentira, debe imponerse la eliminación del secreto comercial y la apertura de los libros de la gran patronal para demostrar que la escalada de los precios no se debe sino al aumento desmedido de sus ganancias.
Hay que garantizar trabajo para todos ya, reduciendo la jornada laboral y distribuyendo el trabajo existente entre todas las manos disponible, imponiendo un salario mínimo que cubra el costo de la canasta familiar, y que, contra el aumento de precios ante la inminente devaluación, sea indexado según el aumento del costo de vida automáticamente, y expropiar sin pago y bajo control de los trabajadores toda empresa que cierre o despida.
Los trabajadores son los principales interesados en que haya una moneda sana y que se defiendan los ahorros populares como quieren los pequeños productores y pequeños comerciantes. Y hay una medida sencilla para que esa moneda tenga respaldo y los ahorros estén garantizados: decretar que, o bien los banqueros y los capitalistas que fugaron del país 150.000 millones de dólares los traen en 24 horas al país, o bien se les incautarán todos sus bienes y propiedades. ¡La Telefónica, la Repsol-YPF, Acindar, los grandes bancos, expropiados bajo control de los trabajadores: esa es la garantía de una moneda sana y de los ahorros de las clases medias expropiadas! Esa enorme masa de riqueza es el trabajo acumulado de generaciones de trabajadores y la única garantía de una moneda fuerte.
Este Congreso tendría que resolver la incautación de los depósitos de la gran patronal en el banco central, expropiar a los banqueros chupasangre y nacionalizar la banca, creando un banco estatal único bajo control de los trabajadores que le devuelva de inmediato sus ahorros a las clases medias, que dé por pagadas todas las deudas de los préstamos usureros a las clases medias y los trabajadores, y que les de crédito barato a los pequeños productores de la ciudad y el campo. Tendría que decretar la expropiación de las AFJP y que la plata de las jubilaciones vuelva al estado, en una Caja nacional única de jubilaciones bajo control de los jubilados y los trabajadores activos. Tendría que decretar la nacionalización del comercio exterior para impedir que los parásitos chupasangre sigan fugando el dinero robado al pueblo del país.
Este Congreso de trabajadores debe decirle al imperialismo y al FMI que no vamos a pagar ni un peso más de la deuda externa, porque ya la pagamos como 20 veces en las últimas dos décadas, a costa del hambre del pueblo y del hundimiento de la nación oprimida. Que, a partir de ahora, nos declaramos sus acreedores, y que para recuperar lo que nos robaron, vamos a renacionalizar sin pago y bajo control de los trabajadores todas las empresas privatizadas, la Telefónica, la Repsol-YPF, Aerolíneas, el gas, el agua, la luz. La Asamblea Legislativa declaró una “suspensión” de los pagos trucha, que no es más que legalizar el default después del saqueo al que sometieron a la nación. Solo un congreso de trabajadores puede luchar por romper realmente con el imperialismo, llamando a todas las organizaciones obreras de Latinoamérica a que rompan con los regímenes cipayos y a unirnos para llevar adelante una lucha continental contra el Imperialismo. Ese fuego es el que el imperialismo ya está temiendo que se expanda.
Como ayer De la Rúa mandando a sus perros de presa a asesinar en la Plaza de Mayo y a los millones de hambrientos que se levantaban por el pan; como el mismo Rodríguez Saá mandando a la policía a reprimir en Plaza de Mayo y Congreso, y con la policía fascista asesinando a mansalva a los hijos de los trabajadores y el pueblo como en Floresta, este gobierno reaccionario del PJ y la UCR ya militarizó la ciudad de Buenos Aires y el conurbano con decenas de miles de policías. Ya antes de asumir Duhalde, Alfonsín y este gobierno infame del pacto de Olivos han puesto en pie a las bandas de matones pagas del PJ de la provincia de Buenos Aires para romperle la cabeza a la izquierda y a los desocupados como en Lomas de Zamora.
Frente a la represión del estado patronal y sus bandas armadas, los trabajadores tenemos el legítimo derecho a la autodefensa: ¡Disolvamos y desbandemos a las bandas de matones de Duhalde, Menem y Alfonsín, la base de la futura triple A! ¡Hay que disolver inmediatamente la policía y todos los organismos de inteligencia!¡Tenemos que poner en pie comités y piquetes de autodefensa, en las fábricas, empresas, en cada lucha y movilización, en cada barrio.
Para levantar este programa hay que organizar todo el país desde abajo, en cada fábrica, en cada barrio y localidad con coordinadoras, comités de lucha, piquetes, comités de autodefensa, para que la clase obrera con sus organizaciones de lucha y sus organismos de democracia directa, uniendo sus filas y levantando estas medidas esenciales de un plan económico obrero y popular, le demuestre a las clases medias pobres que, lejos de lo que les dicen los políticos patronales de que es “muy difícil”, que “nadie tiene la receta”, hay una solución sencilla para resolver los problemas de la clase obrera y el pueblo: atacar las ganancias y la propiedad de los expropiadores y saqueadores del pueblo y la nación y que sólo la clase obrera la puede imponer. Es de vida o muerte convocar ya este Congreso para que la clase obrera pueda acaudillar efectivamente la alianza obrera y popular, porque si no será la burguesía la que termine por ganarse a las clases medias desesperadas para volverlas en contra de los trabajadores.
Todas estas medidas solo las podrá imponer un gobierno obrero y popular basado en los organismos de autodeterminación y en las milicias obreras.
La izquierda que se dice obrera y revolucionaria debe romper con su política de sumisión al régimen y a la burocracia sindical y ponerse a la cabeza del llamado al Congreso de Trabajadores
La utopía de las clases medias, esta ilusión de una salida intermedia a la crisis, ni burguesa ni obrera impuesta con “cacerolazos” pacíficos, ha imbuido a las corrientes de izquierda –en particular a las que hablan en nombre del trotskismo. Así se vio con claridad en la intervención de las mismas, desde Luis Zamora, pasando por el MST-IU, hasta el PO, Convergencia Socialista, el FOS, ante la Asamblea Legislativa. Del stalinismo, ni hablar: se la pasan siempre buscando el burgués progresista al que los obreros deben subordinarse.
Todas estas corrientes marcharon a presionar a esa Asamblea legislativa de los banqueros, los patrones y los expropiadores del pueblo, ya sea para que voten a Zamora y Walsh como presidentes (¡!!) –lo que significa un gobierno “obrero”, no de ruptura con la patronal, sino basado... ¡en la Constitución del 53! Ya sea para presionar, como el PO para que se convocara a una Asamblea Constituyente libre y soberana que asuma el poder (es decir, otro gobierno patronal, el mismo planteo que el PTS).
En esa Asamblea, Zamora y Walsh hicieron intervenciones muy dignas, antiimperialistas y de denuncia a los patrones, al régimen y a sus instituciones, pero para nada revolucionarias. Por el contrario, fueron la expresión más extrema de la utopía pequeñoburguesa pacifista. Es tan utópica toda la intervención de la izquierda del régimen, que se dice obrera y revolucionaria, que se “olvidaron” de hablar.... ¡de la clase obrera!, a la que diluyeron en el “pueblo” en general. No existieron en ninguna de sus intervenciones parlamentarias, ni la huelga general, ni los piquetes, ni la denuncia a la burocracia sindical y a la dirección traidora del movimiento piquetero, y menos que menos alusión alguna a la necesidad de convocar en forma urgente a un Congreso nacional de todo el movimiento obrero, con un delegado cada 100 trabajadores ocupados y desocupados, para oponerle a las instituciones burguesas.
El PO, por su parte, propuso la convocatoria a una nueva Asamblea Piquetera... ¡recién para febrero! Es que deben querer ganar tiempo para repartir los “planes trabajar” que el ex-presidente Rodríguez Saá les debe haber prometido en la entrevista a la que asistió uno de sus principales dirigentes, sin abrir la boca a la salida-cuando la situación era tal que cualquiera que pasaba por ahí, hablaba si quería- acompañando silencioso a D’Elía y Alderete que llamaron a tener confianza en el gobierno.
Aunque Zamora, dignamente, denunció la estafa política de la Asamblea Legislativa y su legitimidad, y criticó correctamente la propuesta de IU, nadie planteó la necesidad de enfrentar esa expropiación del triunfo obrero y popular con la huelga general y la lucha en las calles. Ninguno dijo que la única clase que puede dar una salida favorable a los explotados es la clase obrera, derrocando al régimen burgués, expropiando a los expropiadores e imponiendo un gobierno obrero y popular basado en sus organismos de democracia directa y en el armamento general del proletariado.
Es decir, que en medio de una descomunal crisis revolucionaria que no se terminaba de cerrar, le negaron a la clase obrera papel alguno ¿Cómo piensan Zamora, o Altamira, lograr la “disolución” de la Asamblea legislativa y la convocatoria a una Asamblea Constituyente, si no es con la clase obrera barriendo con la huelga general, con sus piquetes, con nuevas jornadas como la de plaza de Mayo, atacando la propiedad privada de la patronal y el Imperialismo, con esa Asamblea y con todas las instituciones de este régimen infame? ¿Quizás con “cacerolazos” pacíficos y movilizaciones de presión al parlamento, gritando hasta el cansancio “que se vayan todos, que no quede ni uno solo”? ¡Vaya utopía e ilusión pequeñoburguesa y pacifista! Es más, ¿piensan quizá Zamora, Altamira, Walsh, que los trabajadores y el pueblo le van a imponer a la burguesía pacíficamente esa Asamblea Constituyente que ellos piden, sin derrotar a las fuerzas de represión? Es lamentable que ambos diputados ni siquiera denunciaran en sus intervenciones en el Parlamento la agresión de la que habían sido objeto los militantes de izquierda en la Plaza.
Si no es de la democracia directa de la clase obrera y de los explotados autoorganizados, como se comenzó a hacer en Mosconi con los piquetes, si no es con los comités de huelga, con las Asambleas piqueteras, es decir, si no es de la democracia obrera, ¿de qué “democracia directa” nos habla Zamora? De una “democracia directa” aséptica y sin contenido de clase, de los ciudadanos, del pueblo en general, permitida pacíficamente por la burguesía. Pero, ¡qué utopía ilusoria!
La izquierda actuó en esta crisis no como enterradores del capitalismo semicolinial argentino y de su régimen infame, sino como lo que son, sus enfermeros. Su silencio escandaloso sobre la clase obrera y la burocracia sindical, su negativa a denunciarla y a llamar a los trabajadores a barrer con esa lacra del movimiento obrero y de sus organizaciones, no es más que la confirmación de su papel de grupos de presión sobre la burocracia sindical y el régimen.
¡Rompan con esa política! Desde sus bancas parlamentarias, desde los centenares y centenares de puestos sindicales que ocupan, adonde los trabajadores los llevaron no para pactar sino para pelear: ¡Pónganse a la cabeza de impulsar ya un congreso nacional de trabajadores!
Comité Nacional de Democracia Obrera